Lengua, historia y creencias conforman el bagaje o civilización de una comunidad de gentes. Pero la civilización por sí sola no es una institución. Para que la comunidad tenga capacidad para obrar y aliarse con otras, las partes deberán estar constituidas política y administrativamente y reconocidas como estados soberanos internacionalmente. Serán, pues, los estados o naciones quienes celebren alianzas y no el bagaje cultural e histórico sobre el que cada nación fundamenta su personalidad.
Las civilizaciones pueden existir sin territorio ni instituciones, las naciones sin estado son portadoras de sus respectivas civilizaciones y ese bagaje, aunque no esté regulado, podría ser y, de hecho, es propiciador de conflictos o choque de civilizaciones, así ha sido durante miles de años y no estamos en situación de ignorar la experiencia. El concepto de civilización no servirá como apaciguador para los conflictos internacionales de todo tiempo y lugar.
En el ámbito español, tenemos ejemplos siempre actuales de cómo la vertebración de España la dificultan las diversas “civilizaciones” que conforman la España pluricultural. Las diferentes culturas españolas se exhiben para marcar “hechos diferenciales” respecto de otras CCAA. Nada se puede contra querencias del aire, el afán diferenciador en España no cesa entre las “nacionalidades”. El variado acervo cultural hispánico es complemento de cada territorio autonómico para la reivindicación de los intereses materiales.
La economía y el territorio, realidades tangibles, esenciales para la vida, son causas constantes en los conflictos internacionales y el inmaterial patrimonio cultural o civilización que conforma la personalidad de las naciones, le pone acento a los choques entre pueblos. Esta simbiosis entre lo material y lo etéreo marca fronteras y determina la complejidad de la política internacional y los conflictos. Si ante el inmemorial conflicto humano, tan antiguo y constante como las civilizaciones, ofrecemos pactos impracticables, constataremos que necesitamos revisar nuestros conceptos y, sobre todo, los sueños.
Ningún pueblo renuncia a su cultura ni la ofrece como prenda para un pacto, las civilizaciones no están en el comercio de los hombres, no pueden materializar las alianzas. Quien vaya al laberinto político-económico internacional con esas ilusiones, descubrirá que la realidad se sustenta de hechos tangibles y no de quimeras naíf.
Los países económicamente más débiles aparecen ante tal propuesta ilusoria expectantes, y como pobre no significa tonto, estarán atentos al beneficio económico que pueda derivarse de los acuerdos sobre lo material, no sobre el contenido del aire.
Propuestas como la “Alianza de Civilizaciones” y afirmaciones como “Mi patria es la libertad”, se le ofrece a la sociedad con efecto ventilador y todos quedamos salpicados de “modernidad”. Pero los ideales orientados a un fin social o político, mientras no estén estructurados en un proyecto materializado, no pueden ser definidos como “alianza” ni como “patria”, sencillamente, porque no se sustentan en una sociedad organizada sobre un territorio y reconocida internacionalmente. Otras interpretaciones quedan para la semántica o, quizá, para la metáfora.
Las alianzas se hacen para ser más fuertes y, si es posible, con aliados afines. Los pactos que nos igualen a la baja, por muy moralizantes que se nos muestren, nos restan fuerzas, y no sería prudente quedar al pairo ni a la expectativa de alianzas impracticables.
Amador Álvarez Mateo
No hay comentarios:
Publicar un comentario